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El roble y el pescador

Dicen que tus acciones se multiplican en el futuro, no importa que sean buenas o malas, el caso es que siempre vas a recibir lo que mereces.


Como seres humanos actuamos por instinto y hacemos cosas que nos puede beneficiar o perjudicar tanto en nuestra vida laboral, sentimental o familiar. ¿Creen en el karma?


Nuestra siguiente historia nos hara reflexionar sobre si nuestra acciones nos puede traer cosas buenas o malas.


Cuenta laleyenda albanesa que un pescador llamado Eduardo partía cada día en busca de pescado para alimentar a su familia, pero que la mala fortuna terminó por cebarse en él, impidiéndole pescar nada durante diez días seguidos.


Desesperado ante la perspectiva de ver morir de hambre a su familia, se dirigió al mar una vez más, ocasión en que fue abordado por el rey Julián, quien conmovido por mala suerte de Eduardo y habiendo escuchado a sus hijos padecer de hambre, decidió ayudar al pescador. El monarca dijo al pescador que aquello que cayese en sus redes durante el día le sería pagado al peso en oro, tras lo cual el pescador partió rápido a iniciar la pesca.

Pero tras varias horas lanzando y recogiendo la red, y cambiando de sitio para volver aprobar suerte, el pobre pescador siguió sin atrapar nada en sus redes, así que decidió tirarla una vez más antes de regresar con las manos vacías. Y quiso la suerte que en esta ocasión pescase una pequeña hoja de roble que flotaba en el mar, hecho que no alegró demasiado a Eduardo.


Una vez que hubo dejado la barca, se encontró con un amigo, el cual le preguntó si había tenido suerte con la pesca. Ante la negativa del pescador, quien además mostró la hoja como su única captura, el amigo le aconsejó que llevase la hoja al rey, ya que esa había sido su pesca.


Cuando el rey vio la captura del pescador se echó a reír, alegando que esa hoja apenas pesaría ni media moneda, pero aun así la colocó en una balanza. Cuenta la leyenda que, para sorpresa de ambos, la balanza tuvo que ser compensada con 60 monedas, que le fueron pagadas a Eduardo, quien por fin pudo atender las necesidades de su familia.


El rey pidió al pescador conservar la hoja para que los sabios de palacio la estudiasen, pero nadie pudo resolver el extraño misterio de por qué pesaba tanto una simple hoja de roble.


Lo que tampoco supo nadie es que esa hoja pertenecía a un pequeño roble arrancado por un labrador durante la infancia de Eduardo, quien había tomado el pequeño árbol y lo había sembrado de nuevo en unas tierras sin dueño, y de esa manera, el roble había devuelto al pescador el favor de salvarle la vida.


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