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La niña manzana

La historias de amor, nos emociona a todos; todos soñamos con un amor de cuentos. En ocasiones nos hacemos castillos en la cabeza sobre ese amor que idealizamos, no nos vamos a mentir. Nos encanta leer este tipo de historias, la princesa en apuros, el príncipe valiente, guapo que nos rescate de la malvada reina, el ogro.


Para estos días de calor y no dan ganas de salir, preferimos quedarnos en casa; aprovechar ese tiempo lo mejor es leer algo que nos llenara el corazón y el alma.


Había una vez un Rey y una Reina desesperados porque no tenían hijos. Y la Reina decía:

-¿Por qué no puedo dar hijos así como el manzano da manzanas?

Entonces sucedió que la Reina en vez de tener un hijo tuvo una manzana. Era una manzana tan bella y de color tan vivo como no se la había visto jamás. Y el Rey la puso en su terraza, en una bandeja de oro.


Frente a este Rey vivía otro, y este otro Rey, un día que estaba asomado a la ventana, vio en la terraza del Rey vecino una hermosa muchacha blanca y roja como una manzana, que se lavaba y peinaba al sol. Él se quedó mirándola boquiabierto, porque nunca había visto una muchacha tan bella. Pero la muchacha, en cuanto se dio cuenta de que la miraban, corrió hacia la bandeja, entró a la manzana y desapareció. El Rey se había enamorado de ella.


Después de pensar y pensar, va a golpear al palacio de enfrente y pide ver a la Reina.

- Majestad -le dice-, quisiera pedirle un favor.

-Cómo no, Majestad; entre vecinos hay que ayudarse. . . ---dice la Reina.

-Quisiera esa manzana que usted tiene en la terraza.

-¿Pero qué dice, Majestad? ¿Pero no sabe que la madre de esa manzana soy yo, y que suspiré tanto para que me naciera?


Pero el Rey tanto dijo, tanto insistió, que no pudo decirle que no por conservar la amistad entre vecinos. Así se llevó la manzana a su cuarto. Le preparaba todo para lavarse y peinarse, y la muchacha salía todas las mañanas, se lavaba y peinaba y él se quedaba mirándola. La muchacha no hacía otra cosa: no comía ni hablaba. Sólo se lavaba y peinaba y después volvía a la manzana.


Ese Rey vivía con una madrastra, quien al verlo siempre encerrado en el dormitorio, empezó a sospechar.

-¡Pagaría por saber por qué mi hijo anda siempre escondido!

Vino la orden de guerra y el Rey debió partir. ¡Le dolía el corazón de pena, al tener que dejar su manzana! Llamó a su servidor más fiel y le dijo:


-Te dejo la llave de mi cuarto. Cuida de que no entre nadie. Todos los días prepárale el agua y el peine a la niña de la manzana, y procura que nada le falte. Mira que ella después me cuenta todo --(esto no era cierto, la niña no decía una palabra, pero él al servidor le dijo así)-. Mira que si durante mi ausencia le tocan un pelo, te cuesta la cabeza.


-No se preocupe, Majestad, haré todo lo que pueda.

En cuanto se fue el Rey, la Reina madrastra se las ingenió para entrar a su cuarto. Hizo poner opio en el vino del servidor, y cuando se durmió le quitó la llave. Abre, registra todo el cuarto, y cuanto más busca menos encuentra. Sólo se veía esa hermosa manzana en una frutera de oro.

-¡Lo que tanto le interesa sólo puede ser esta manzana!

Se sabe que las Reinas siempre llevan un estilete en la cintura. Empuñó el estilete y se puso a traspasar la manzana. De cada tajo brotaba un hilillo de sangre. La Reina madrastra se asustó, huyó y volvió la llave al bolsillo del servidor dormido.


Cuando el servidor despertó, no tenía idea de lo que le había ocurrido. Corrió a la habitación del Rey y la encontró anegada de sangre.

-¡Ay de mí! ¿Qué debo hacer? - y escapó.

Fue a lo de su tía, que era un Hada y tenía todo tipo de polvos mágicos. La tía le dio un polvo mágico adecuado para las manzanas encantadas y otro adecuado para las muchachas hechizadas y los mezcló.

El servidor volvió al cuarto donde estaba la manzana y le puso un poco de polvo en todos los tajos. La manzana se partió y apareció la muchacha cubierta de vendas y tela adhesiva.

Volvió el Rey y la muchacha habló por primera vez, diciéndole:

-Escucha, tu madrastra me cosió a puñaladas, pero tu servidor me curó. Tengo dieciocho años y salí del encantamiento. Si me quieres, seré tu esposa.


-¡Por Dios, claro que sí! -dijo el Rey.

Y se celebró la fiesta con gran alegría de los dos palacios. Sólo faltaba la madrastra, de quien no se supo nada más porque escapó.

Y mucho se divirtieron

Pero a mi nada me dieron.

No, me dieron un centimito

Y lo puse en un agujerito.




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