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La leyenda del arpa antigua

Cuando más vacíos nos sentimos, recordemos que tenemos un amigo en quien podemos confiar; cuando pensamos que nadie nos escucha en cualquier momento. Podemos estar solo o creer que estamos solo y hacer lo que nos más nos gusta; alguien esta dispuesto a escucharnos.


Somos muy apasionados, en ocasiones no sabemos medirnos y poner limites a nuestra pasión; creemos que todo lo podemos y cuando nos damos cuenta, ya no es una pasión es una obsesión que no podemos dejar.


Cómo le paso a nuestro protagonista, que al reencontrarse con la música, hizo a un lado una vida; para concentrarse en aquello que más lo apasionaba. Para llegar a un final que no imaginamos que pudiera llegar.

Según una antigua leyenda china, existió una vez un músico excepcional llamado Boya. Este virtuoso de la música sacaba notas de su arpa que se convertían en caricias para los sentidos. Sólo había un problema, nadie apreciaba realmente su arte. Boya se sentía tremendamente solo ante el mundo.

Una preciosa noche, Boya se dirigió al río y comenzó a tocar su instrumento mientras observaba la luna llena. Lo cierto es que el instrumento no era un arpa común. Era un regalo de sus antepasados que además aseguraban, que contaba con auténtica magia. Al parecer, en el momento en el que una cuerda se rompiera Boya debía estar atento, significaba que alguien estaba atento a sus notas.

Justo en el momento en el que la pieza era más intensa se rompió una nota del arpa. Boya se sorprendió y se giró corriendo para descubrir quién era su público. Observó pues a un leñador, con aspecto rudo y nada refinado. Boya se preguntaba si realmente una persona así podría entender su música.

El leñador adivinó la extrañeza en sus ojos y hablo a Boya diciéndole que volvía a casa cuando escuchó su música. Sintió deseos de quedarse a escucharla, pues jamás había experimentado una sensación tan hermosa. Su melodía había conseguido despertar todos sus sentidos.


Boya no daba crédito a lo que escuchaba, pero alagado, decidió invitar al leñador a su casa. Allí charlaron amenamente durante toda la noche, tocando piezas musicales y dialogando sobre música. La compañía era tan grata que el alba pronto les sorprendió sin darse cuenta. Decidieron pues encontrarse el próximo año, a la misma hora y en el mismo lugar.

Tras un año, Boya volvió al lugar donde se habían encontrado. Estaba ansioso por encontrarse nuevamente con su colega, de modo que comenzó a tocar una de sus melodías para que el leñador la escuchara mientras llegaba. No obstante, el leñador no llegó.

Boya esperó durante horas pero su amigo definitivamente no había acudido a la cita. Extrañado comenzó a buscarle, teniendo la suerte de encontrarse con un anciano con bastón que dijo ser su padre.

Desgraciadamente el leñador había fallecido recientemente. Su encuentro con Boya lo dejó tan asombrado que a partir de ese día decidió dedicarse a la música en cuerpo y alma. Sus esfuerzos eran tales que finalmente su cuerpo no pudo soportarlo y enfermó.

Boya estaba desolado. Acompañó al viejo a la tumba de su amigo, la cual estaba ubicada justo en el lugar en el que se conocieron, pues esa había sido su última voluntad.

El joven comenzó a tocar piezas completamente desgarradoras, notas que salían de su arpa antigua como si de un alarido se tratara. Poco a poco veía como la angustia y la tristeza se apoderaban de él. Así pues, finalmente tomó el arpa y la lanzó contra el suelo rompiéndola en mil pedazos.

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